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La historia de Luis Gigena, fisicoculturista invidente que recorre el mundo

"Mi motivaciĆ³n es el dĆ­a a dĆ­a, porque si no hiciera este deporte no sĆ© lo que harĆ­a" Ɖrase una vez un caballero de la noche que v...

"Mi motivaciĆ³n es el dĆ­a a dĆ­a, porque si no hiciera este deporte no sĆ© lo que harĆ­a"

Ɖrase una vez un caballero de la noche que vivĆ­a en un castillo, una fortaleza inmensa desde cuya torre mĆ”s alta se veĆ­a una vena de plata que cruzaba la ciudad. Nubes parduscas borroneaban los contornos del edificio y lo desdibujaban en el horizonte, siempre de noche. El caballero nunca subĆ­a, ni se asomaba por los ventanales, preferĆ­a seguir trabajando en su taller del sĆ³tano, donde su ceguera pasaba desapercibida disfrazada en su esfuerzo. Al menos, asĆ­ lo imagino yo.

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Luis Gigena lleva la mitad de su vida entrenando su cuerpo a la mĆ”xima expresiĆ³n. AprendiĆ³ de la gente que lo rodeaba y ya no necesita de un profesor que le diga quĆ© comer o cuĆ”nto peso levantar. AsumiĆ³ el fĆ­sico culturismo como una modo de vida y vino al PerĆŗ para demostrar una vez mĆ”s que sigue cosechando Ć©xitos.

Es un tipo alto, medio moreno, simpƔtico y con una sonrisa amplia y agradable. Pesa casi 115 kilos y tiene mucha fuerza. No tiene buena estabilidad, porque no ve, y por eso necesita que lo ayuden para hacer las sentadillas. A veces se tropieza en el gimnasio, pero nunca es nada grave. Cuando hace dieta se deprime, como todos, y cuando eso le pasa la hace a un lado y pone la mejor onda.

Es un apasionado de su deporte. Hay imĆ”genes retenidas en el fondo de su memoria que le han servido de motivaciĆ³n para luchar con los ojos cerrados. De chiquito Ć©l veĆ­a y le gustaba mirar las pelĆ­culas de El increĆ­ble Hulk, Ć©se sujeto inmenso que se ponĆ­a verde cuando montaba en cĆ³lera, y tambiĆ©n las competencias de Arnold Schwarzenegger, el Terminator americano.

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Lo veo sentado a mi lado en un columpio, con los anteojos oscuros, y me dice que de niƱo siempre quiso tener mĆŗsculos. “Y bueno, aquĆ­ estoy”, menciona casi irĆ³nico, a sabiendas de lo que ha logrado.

¿HabrĆ” pensado alguna vez Lou Ferrigno que su personaje podrĆ­a reivindicar la vida de alguien? Es extraƱo pensar que una pelĆ­cula o un Ć­dolo pudieran enrumbar la voluntad de una persona con tal discapacidad. Intento visualizar esas imĆ”genes en mi mente y pienso que probablemente Luis ya no las recuerde con claridad, quizĆ”s el verde de Hulk no sea mĆ”s que un adjetivo calificativo aprendido. Tal vez solo fue una buena excusa para hacerle frente a su destino.

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DespuĆ©s se quedĆ³ ciego y ser como ellos parecĆ­a un sueƱo imposible, pero el tiempo le dio razĆ³n. Se dio cuenta de que podĆ­a lograrlo. El aliento de quienes lo rodeaban fue decisivo y se puso en marcha. Su genĆ©tica le favoreciĆ³.

Luis pasea la bandera albiceleste de su querida Argentina por tierras remotas y la trae de vuelta para verla flamear sobre la vena que cruza su ciudad, La Plata. Hace quince aƱos que empezĆ³ a competir y conoce lugares de todo el mundo. Italia, Francia, PerĆŗ.

A SudĆ”frica llegĆ³ solo y con una maleta. Sin lazarillo, porque no lo necesita. En un hotel lleno de animales exĆ³ticos, la gente se le acercĆ³ para sacarse una foto con Ć©l, como alguna vez lo hicieron con Schwarzenegger. Y eso lo llena de orgullo, porque para quien se levanta a oscuras y se acuestas a oscuras todo es un reto. El deporte lo hace sentir que ve, que hay esperanza de seguir viviendo.

Aun asĆ­, Luis conversa con un fantasma, con otro ser nocturno- pero malvado- que ronda en su cabeza de vez en cuando. Le dice que la vida no vale la pena y que ponerle fin acabarĆ­a con la umbrĆ­a soledad.

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Felizmente este hombre es terco. Fuerte de fĆ­sico y de espĆ­ritu. Parece saber que no es necesario mirarse es un espejo para sentir seguridad. Se contradice cuando me menciona que al no ver todo es difĆ­cil, pero que en la vida no hay cosas difĆ­ciles. La certeza en su contradicciĆ³n no deja espacios para las dudas.

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No fue solo en los peores dƭas en los que Ʃl ha pensado en desaparecer, sino hoy, ayer y tal vez maƱana. Hay jornadas buenas y malas, pero Dios y Laura hacen que todas sean dignas de vivir. Peores veces le ha tocado pasar.

Hubo una Ć©poca en la que durmiĆ³ en la banca de una plaza mĆ”s de una noche. La calle fue su hogar por algĆŗn tiempo y no por libre decisiĆ³n. Llevaba poco tiempo de perder la vista cuando su madre decidiĆ³ juntarse con una persona que no tenĆ­a cariƱo para darle a Luis y Ć©l no lo tolerĆ³.

Sin contemplaciĆ³n familiar andar se hacĆ­a mĆ”s duro. Sin techo aprendiĆ³ sobre los vicios de los errabundos y a sacarse de encima a los malintencionados. Sin embargo, la educaciĆ³n le dio armas para encaminarse nuevamente.

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Pienso, en definitiva, que tiene un Ć”ngel guardiĆ”n que cuida sus pasos a tientas, pues hay quienes en poder de todas sus facultades se han rendido a las tentaciones de la calle o, simplemente, han tenido peor suerte. La vida le exigiĆ³ siempre un poco mĆ”s.

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No fue destino suyo estarse tumbado en una estaciĆ³n de trenes pidiendo monedas. Le da gracias al colegio de ciegos, porque ahĆ­ le enseƱaron a leer en braille y hasta a pelar frutas con cuchillos. Sus sentidos se hicieron mĆ”s sensibles y se le agudizĆ³ la percepciĆ³n.

De una vez pudo rememorar su hogar, ese en el que fue criado por una madre adolescente y sin padre. Su progenitora, enfermera de oficio, lo alumbrĆ³ a los catorce aƱos. Su padre tenĆ­a diecisiete entonces y no pudo con la responsabilidad, los dejĆ³ solos. El primer reto.

El segundo fue luchar contra la deficiencia de sus ojos. Desde chiquito fue corto de vista y cada vez se le dificultaba mĆ”s distinguir lo que tenĆ­a enfrente. Se le iban desdibujando los contornos, como si una nube se atravesara en sus objetivos. Hasta que se cortĆ³ la luz y quedĆ³ como un niƱo enamorado de sus recuerdos.

Un niƱo que fue creciendo hasta que se encontrĆ³ con quien serĆ­a el soporte de sus dĆ­as en un lugar insĆ³lito, en una situaciĆ³n impensada y un momento improbable.

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Cuando habla de ella sus ojos se mueven en seƱal de alerta. Yo los veo a travĆ©s de las resinas oscuras de sus anteojos. Se le dibuja una sonrisa inacabable, confesa. No oculta que su sazĆ³n le alegra la vida, porque es un apasionado de los postres, y ella prepara las mejores tortas. Cuando entrena sufre porque no puede ni probarlas, pero la abstinencia es parte de la disciplina.

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Iba en un tren rumbo a otra ciudad donde entrenaba. Un grupo de chicas se le acercĆ³ y le conversaron porque lo habĆ­an visto en el programa de Susana GimĆ©nez. No fue ella la mĆ”s entradora, pero finalmente se animĆ³ a invitarlo a su fiesta de cumpleaƱos que era ese mismo dĆ­a. Y fue.

Laura tenĆ­a diecisĆ©is y el veinticuatro cuando ennoviaron. La segunda mujer en su vida era una adolescente, una joven que escogiĆ³ quedarse al lado de su primer hombre para siempre. Hoy es ella quien se encarga de engreĆ­rlo y preparar las dietas necesarias para cumplir con su rigor deportivo.

Sin embargo, el legado de Gigena no se prolongarĆ”. No habrĆ” a quien contarle la historia de quien deberĆ­a ser su padre. No habrĆ” hijos orgullosos en esta historia, porque la naturaleza se lo ha negado.

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Hay cosas que no se pueden dar vuelta, me dice con resignaciĆ³n tras admitir que le gustarĆ­a tener descendencia, como a todo el mundo. Con Laura no hay problema porque lo conversaron desde un principio y son compaƱeros. Las cartas estuvieron siempre sobre la mesa.

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Los sobrinos son los que se llevan todo su cariƱo. El hijo de su hermano es un gordo bello que despierta su instinto paternal, porque la familia es lo mƔs importante. Es una lƔstima que su madre ya no estƩ en todos sus cabales para disfrutar de un paseo en familia o una cena de domingo.

Hace algĆŗn tiempo estĆ” sometida a un tratamiento siquiĆ”trico porque la sobrecarga de trabajo y la galletita de la mala suerte le hicieron perder el juicio. AĆŗn asĆ­ ve a su hijo en las portadas de revistas y periĆ³dicos y se siente orgullosa de que ese ser haya salido adelante. Pocos son los que alcanzan tĆ­tulos como el de Mister Mundo, que Luis obtuvo en Francia en el 2005. Las lĆ”grimas le corrieron de la emociĆ³n al escuchar su nombre en el primer puesto y la consecuente ovaciĆ³n del auditorio repleto, como los estadios cuando juega Estudiantes.

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Para quien no ve, el sonido remplaza a las imĆ”genes y no hay mayor gloria que oĆ­r a cientos de personas aplaudiendo. Durante su participaciĆ³n en el campeonato sudamericano que se realizĆ³ en PerĆŗ varios asistentes se pusieron de pie para vitorearlo en la Ćŗltima ronda. Cuando se lo contĆ© me agradeciĆ³ que se lo dijera. El aplauso es para Ć©l la mĆŗsica de la gloria, la banda sonora de un drama revertido.

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Es hincha del equipo de los estudiosos de su ciudad. Cuando era chico disfrutaba viĆ©ndolos en la cancha o por televisiĆ³n. Ahora grita sus goles escuchando las narraciones. Como buen argentino, es fanĆ”tico del fĆŗtbol, pero no idolatra a Maradona.

El “Diez” le parece un tipo buena onda, respetable por su trayectoria mas no lo suficiente para hacerse cargo de la selecciĆ³n de su paĆ­s. Lo que hizo le quita mĆ©ritos porque ya no puede ser un modelo a seguir. Es un tipo que tiene un talento, o mĆ”s bien lo tuvo.

Inadmisible es que existe una iglesia maradoniana, y que lo endiosen. Dios hay uno solo y es el que le dio a Luis una segunda oportunidad. Por eso ahora no se guarda nada. Cuando tiene dinero lo gasta en perfumes, en ropa, en discos de mĆŗsica porque vive el momento. No estĆ” escrito hasta cuando estarĆ” en esta tierra y esa es razĆ³n suficiente. Lo malo ya lo pasĆ³, asĆ­ que solo le queda disfrutar de lo bueno.

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Tampoco le preocupa la vejez, a pesar de que es consciente de que el deporte de alto rendimiento no es saludable para nadie. Las lesiones y la exigencia no merman su voluntad, porque ha apostado por sĆ­ mismo hasta que le llegue el momento de partir.

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A los trece aƱos Luis perdiĆ³ la vista como consecuencia de una enfermedad llamada Toxoplasmosis. Un mal congĆ©nito heredado de su madre, quien aparentemente lo contrajo de un gato infectado. Cuando a esa edad la luz se le apagĆ³ por completo ella intentĆ³ explicĆ”rselo, pero Ć©l no pudo entender. La frustraciĆ³n se apoderĆ³ de Ć©l.

A pesar de que no tuvo todo el apoyo necesario aprendiĆ³ a andar a oscuras, a hacerlo todo de nuevo. ConstruyĆ³ su propio castillo en lo alto de la ciudad a punta de tesĆ³n, perseverancia e ilusiĆ³n. Y asĆ­ hizo de la noche un paraje lleno de reflejos de vida. Al menos, eso es lo que yo me imagino.

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Yo me quedo con la intenciĆ³n de preguntarle si su mamĆ” se sintiĆ³ culpable alguna vez, pero no me animo. Creo que ya es suficiente drama y no quiero incomodarlo. Sin embargo, termina por ser irrelevante porque el final es feliz. Me dice: “Cuando uno es deportista, hay que aprender a perder y a ganar. No siempre se gana, como en la vida, ¿no?”

Fuente: Un tantito no mƔs

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DIARIO DE UN FISICOCULTURISTA: La historia de Luis Gigena, fisicoculturista invidente que recorre el mundo
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