Con quince años decidió Cristóbal Guerra (Las Palmas de Gran Canaria, 1986) que su rutina vital iba a desarrollarse entre mancuernas, entre...
Con quince años decidió Cristóbal Guerra (Las Palmas de Gran Canaria, 1986) que su rutina vital iba a desarrollarse entre mancuernas, entrenamientos progresivos, dietas estrictas y una exigencia diaria sin concesiones. «Cuando entró en el gimnasio me llamó la atención lo flaco que estaba. Me dijo que quería dedicarse al culturismo y pensé que estaba bromeando», rememora Jerónimo Verde, su entrenador e impulsor en el Titan Gym. Pero Cristóbal Guerra no iba de farol. Gracias a su determinación hoy es el actual campeón de España sub-23 (fue coronado el año pasado en Punta Umbría, Huelva) y mejor sénior del Archipiélago. Planea dar el salto a los Estados Unidos («es mi gran sueño») y mantiene la determinación de dedicarse profesionalmente al deporte que empeña sus ilusiones.
Cristóbal está ahora en plena temporada competitiva. Ya ha participado en dos cértámenes regionales y a final de octubre tiene el reto de revalidar su cetro nacional en Madrid. «Voy a por el campeonato absoluto. Soy el campeón sub-23 y lo que quiero es serlo a todos los niveles», relata ambicioso. Y es que, llegados a este punto, ningún sentido tendría conformarse con menos.
El cuerpo de Cristóbal impresiona. Una masa muscular casi de ciencia ficción le hace ser centro de atención allá por donde pisa. Que va a la playa, todos los ojos puestos en él. Un paseo convencional también se convierte en imán de ojos. Y en el gimnasio, sus exhibiciones con las pesas levantan admiración general. No es para menos cuando llega a elevar 240 kilos.
«Estoy contento con mi cuerpo, me gusta verme. Pero, detrás de todo, hay un sacrificio enorme. Madrugones, comidas medidas al milímetro, entrenamientos y descansos también controlados sin margen para nada. En los meses de competición, vivo como un monje. Me levanto a las seis y media de la mañana. Hago una hora de cardio en ayunas. Desayuno luego café con avena, vengo al gimnasio y ahí comienza el día», relata. Siete comidas, combinando siempre los mismos ingredientes (pescado blanco y verdura, principalmente), cuatro horas entre aparatos, siesta intermedia y hábitos inmaculados para mantener un peso que oscile entre los 130 kilogramos. «Hace dos años que no salgo por la noche. ¿Tabaco, alcohol, dulces? Bueno, eso ni existe para mí. Tengo tiempo para estar con los amigos y hacer vida social, pero este deporte no te permite muchas alegrías, la verdad», enfatiza.
¿Y merece la pena este régimen? ¿Compensa? «Sí», responde rotundo. «Desde que comencé a tomarme esto en serio me mentalicé para nunca dar un paso atrás. Y lo estoy cumpliendo al pie de la letra. Un momento de debilidad puede echar abajo muchísimo trabajo acumulado», destaca.
La falta de ayudas y patrocinios le obliga a simultanear su culto al cuerpo con un negocio de peluquería que le da de comer. «Nadie quiere saber nada del culturismo cuando se trata de aportar algún tipo de subvención. No creo que sea muy justo que se discrimine de esta manera a una disciplina que merece tanto respeto como cualquier otra. Se trata de hacer deporte, de llevar una vida ordenada y pienso que, como mínimo, merece un respeto que no se tiene», lamenta.
Cristóbal está ahora en plena temporada competitiva. Ya ha participado en dos cértámenes regionales y a final de octubre tiene el reto de revalidar su cetro nacional en Madrid. «Voy a por el campeonato absoluto. Soy el campeón sub-23 y lo que quiero es serlo a todos los niveles», relata ambicioso. Y es que, llegados a este punto, ningún sentido tendría conformarse con menos.
El cuerpo de Cristóbal impresiona. Una masa muscular casi de ciencia ficción le hace ser centro de atención allá por donde pisa. Que va a la playa, todos los ojos puestos en él. Un paseo convencional también se convierte en imán de ojos. Y en el gimnasio, sus exhibiciones con las pesas levantan admiración general. No es para menos cuando llega a elevar 240 kilos.
«Estoy contento con mi cuerpo, me gusta verme. Pero, detrás de todo, hay un sacrificio enorme. Madrugones, comidas medidas al milímetro, entrenamientos y descansos también controlados sin margen para nada. En los meses de competición, vivo como un monje. Me levanto a las seis y media de la mañana. Hago una hora de cardio en ayunas. Desayuno luego café con avena, vengo al gimnasio y ahí comienza el día», relata. Siete comidas, combinando siempre los mismos ingredientes (pescado blanco y verdura, principalmente), cuatro horas entre aparatos, siesta intermedia y hábitos inmaculados para mantener un peso que oscile entre los 130 kilogramos. «Hace dos años que no salgo por la noche. ¿Tabaco, alcohol, dulces? Bueno, eso ni existe para mí. Tengo tiempo para estar con los amigos y hacer vida social, pero este deporte no te permite muchas alegrías, la verdad», enfatiza.
¿Y merece la pena este régimen? ¿Compensa? «Sí», responde rotundo. «Desde que comencé a tomarme esto en serio me mentalicé para nunca dar un paso atrás. Y lo estoy cumpliendo al pie de la letra. Un momento de debilidad puede echar abajo muchísimo trabajo acumulado», destaca.
La falta de ayudas y patrocinios le obliga a simultanear su culto al cuerpo con un negocio de peluquería que le da de comer. «Nadie quiere saber nada del culturismo cuando se trata de aportar algún tipo de subvención. No creo que sea muy justo que se discrimine de esta manera a una disciplina que merece tanto respeto como cualquier otra. Se trata de hacer deporte, de llevar una vida ordenada y pienso que, como mínimo, merece un respeto que no se tiene», lamenta.
Fuente: canarias7.es
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